
Cuando la música se convierte en veneno para nuestros niños.
Por Ana Bertha Pérez/Periodista, Máster en Comunicación
El reciente caso que involucra a los exponentes urbanos «Shupamela» y Menor Queen, con la supuesta grabación de un video musical dentro de una escuela, ha encendido nuevamente las alarmas sobre el rumbo que está tomando parte de la industria musical en nuestro país. El propio Ministro de Educación, Miguel De Camps, ha ordenado una investigación, lo que refleja la gravedad de lo ocurrido y la necesidad de actuar con firmeza.
No se trata solo de un hecho aislado. Este tipo de producciones forma parte de una cadena de contenidos que, disfrazados de entretenimiento, están intoxicando el corazón de nuestros niños y adolescentes, arrebatándoles la inocencia y normalizando conductas que en nada contribuyen a su formación como ciudadanos responsables.
Es tiempo de llamar las cosas por su nombre: la música que degrada, vulgariza y convierte la violencia, la promiscuidad y el irrespeto en símbolos de éxito, no es arte, es contaminación cultural. Y el costo lo estamos pagando todos como sociedad.
Desde esta tribuna, hago un llamado enérgico a la Comisión Nacional de Espectáculos Públicos, a los medios de comunicación, a las radiodifusoras, a las plantas televisivas y a todas las entidades reguladoras y difusoras de contenidos, para que cumplan con la responsabilidad histórica que les corresponde: poner un freno definitivo a la propagación de mensajes que erosionan los valores familiares, educativos y sociales.
Asimismo, es urgente que se revisen los mecanismos de control en las redes sociales, donde cada día nuestros jóvenes consumen sin filtro un mar de imágenes y letras que no forman, sino que deforman. La libertad de expresión no puede convertirse en excusa para el libertinaje que está marcando de manera negativa a toda una generación.
Basta ya de mirar hacia otro lado. La defensa de la niñez y la juventud no puede esperar más. Es hora de arrancar de raíz este mal que avanza como un cáncer silencioso, minando lo más sagrado que tenemos: el futuro de nuestros hijos.
La sociedad demanda acciones firmes y coherentes. El arte y la música deben ser vehículos de crecimiento, de inspiración y de valores, no de degeneración cultural.
Que este caso sirva de punto de inflexión para que nunca más volvamos a permitir que en nombre del entretenimiento se violente la dignidad de nuestra juventud.

Periodista Ana Bertha Pérez




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