Conseguir una nominación al Oscar es un gran primer paso para salir del anonimato. Una primera llamada seria a la puerta de Hollywood. Ganarlo franquea definitivamente la entrada. El caché se dispara y aumentan exponencialmente las llamadas que recibe el agente del actor en cuestión. Pero recibir la atención de la Academia no es un pasaporte inmediato a la fama y el glamour. Barkhad Abdi es un buen ejemplo.
Nacido en Mogadiscio, Somalia, su familia se trasladó a Yemen, cuando tenía 7 años, huyendo de la guerra. Un primer traslado que anticipó el gran viaje: cruzar el Océano Atlántico, con 14, para instalarse en Estados Unidos. Concretamente, en Mineápolis, en el estado de Minnesota, al norte del país. Un lugar completamente diferente al cuerno de África donde se había criado el joven Barkhad Abdinasir Abdi.
Hijo de profesor, segundo de cuatro vástagos, trabajó como pinchadiscos y vendiendo teléfonos móviles con uno de sus hermanos. Cuando le eligieron para interpretar a Muse en «Capitán Phillips» se ganaba la vida como chófer. No tenía experiencia de ningún tipo. La idea de dedicarse a la interpretación no había cruzado, siquiera, su mente. Cobró la modesta cifra de 65.000 dólares, menos de 50.000 euros. Y decidió volver a la venta de móviles.
Cuando llegó el estreno mundial de la cinta de Greengrass, protagonizada por Tom Hanks, Abdi decidió que había tenido suficiente. «Pensé: «Cuando la película se estrene, las críticas pueden ser buenas o malas. En cualquier caso, no puedo trabajar aquí», explicó el actor primerizo a The New Yorker. Las críticas fueron buenas y no retomó su viejo trabajo. Pero los meses siguientes no fueron fáciles.
Ropa prestada, chófer gratis
El perfil que traza The New Yorker dibuja a un novato en la industria del cine que apenas consigue llegar a final de mes. La ropa que ha llevado a las múltiples entregas de premios donde «Capitán Phillips» ha contado con nominaciones era prestada. Más aún: un amigo taxista, de Mineápolis, ha sido el encargado de llevarle a esos eventos. Gratis.
Según The Guardian, Abdi está negociando su participación en un filme sobre el atleta sudafricano Willie Mtolo, que completó la maratón de Nueva York en 1992. A sus 28 años planea trasladarse a Los Ángeles, a la Meca del cine; dejar atrás Mineápolis y sus modestas ocupaciones.
Hasta ahora, sus días en el séptimo arte no han sido precisamente de vino y rosas. Pese a su candidatura al Oscar y otros premios, pese a ganar el Bafta como mejor secundario, y recibir los elogios de la crítica, la realidad ha sio muy distinta: con un cheque escaso, sin padrinos y nombre impronunciable, los dos años transcurridos desde que rodó su primera y única películase le han hecho largos. En la alfombra roja la suya era una presencia extraña, como si no perteneciera a ese mundo. De hecho, apenas puede considerarse parte del negocio. Pero su suerte podría estar a punto de cambiar.