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Las máscaras de Mick Jagger


Sale a la luz otra biografía no autorizada del líder de los Rolling Stones, que ventila sus relaciones amorosas, y defiende que su imagen pública es una construcción perfectamente medida

Las máscaras de Mick Jagger

 
 
 

Por David Morán

BARCELONA, España.- «La gente normal, feliz, equilibrada, no suele convertirse en figura delcine o el rock. Es algo que con mayor frecuencia está reservado a esas personas que en su infancia sufrieron privaciones o algún trauma.

De ahí la ferocidad con la que buscan la fama o el reconocimiento a cualquier precio y su insaciable necesidad de la atención y el cariño del público», escribe Philip Norman (Londres, 1943) no tanto para subrayar la rareza de la existencia de alguien como Michael Philip Jagger como para ensalzar su aura de excepcionalidad. Una grandeza capaz de inspirar gruesos volúmenes -600 páginas de nada- como el que ahora publica Anagrama bajo el título de «Mick Jagger». Dos palabras. Un nombre propio. ¿Para qué más?

Las máscaras de Mick Jagger 

 
Portada del libro

El escritor británico, autor de títulos dedicados a los Beatles, Buddy Holly, John Lennon, Elton John o los propios Rolling Stones, barajó como posible título el de «Satan From Suburbia», pero al final el nombre del cantante inglés se acabó imponiendo ¿Qué mejor manera de desmenuzar su carcasa pública, de desarmar esa gesticulación permanente y recorrer las edades del rock que luce tatuadas en el rostro, que reducirlo a un nombre y un apellido? «Mick es interesante porque mucho de lo que tiene que ver con él es completamente falso», aseguraba Norman cuando apareció la edición inglesa de un libro que esquiva la fachada pública para adentrarse (o, por lo menos, intentarlo), en los entresijos de la personalidad de Jagger.

Los millones, lo primero

Una ambiciosa labor de reconstrucción para la que Norman, faltaría más, no ha contado con la ayuda del protagonista. «Sir Mick solo habla con escritores o periodistas si tiene algo que vender», asegura el escritor. «Como descubrió su biógrafo oficial, no ve qué beneficios le reportacontar la verdad o haberla contado ni aún cuando esa verdad pueda descubrir su cara más positiva.

Los millones se encuentran en la leyenda. Y los millones siempre son lo primero», añade a propósito de la autobiografía fallida que el propio Jagger debería haber publicado a principios de los ochenta y que acabó resultando tan sumamente aburrida que la editorial anuló el millón de libras que le habían ofrecido como anticipo. Nada que ver, en cualquier caso, con «Vida», jugosa autobiografía de Keith Richards en la que se despachaba a gusto, o esas memorias con las que Tony Sánchez, antiguo guardaespaldas de la banda, amplió la leyenda negra de los Stones.

Dos pilares bibliográficos en la historia de la banda británica a los que ahora se suma esta biografía con la que Norman desnuda las miserias, ambiciones, vanidades y éxitos de Jagger y constata que su imagen pública es, básicamente, una invención del «diabólicamente inteligente» Andrew Loog Oldham, manager que transformó a un aplicado estudiante de la London School of Economics en mito y leyenda.

Fue él, señala el autor, quien creó esa imagen de sexualidad desenfrenada y suciedad pese a que todos los miembros de la banda se lavaban el pelo dos veces al día. Y fue Oldham también quien encerró a Jagger y Richards en una cocina para obligarles a componer mejores canciones y poder rivalizar con los Beatles.

Editada originalmente en 2012, la biografía de Norman no llega a cubrir la gira que pasará el próximo jueves, 25 de junio, por el Santiago Bernabeu, ni trágicos episodios como el suicidio de L’Wren Scott, novia de Jagger, el pasado mes de marzo, pero aporta munición suficiente como para tomarle la medida a un músico, artista y astro del rock and roll que ha convertido a The Rolling Stones en una gigantesca corporación capaz de sobrevivir a las coces del tiempo. El tiempo es, de hecho, uno de los factores clave del relato ya que si de algo hace gala Jagger es, según el autor, de una prodigiosa desmemoria. Solo recuerda lo que quiere recordar. Ni más ni menos.

Menos mal que tenemos a Norman para exhumar recuerdos e infidelidades, poner por escrito que su infancia fue relativamente normal -a diferencia de Richards, de raíces obreras, Jagger venía de una familia burguesa-, ahondar en las relaciones familiares del cantante y arrojar un poco de luz en episodios especialmente turbios de su vida. Ahí están, por ejemplo, su breve paso por la cárcel en 1967 por tenencia ilícita de estupefacientes -un arresto en el que, subraya Norman, estuvieron implicados el FBI y el MI5 en un intento por «desactivar tamaña amenaza pública»-, la relación con las drogas -«la moderación era su lema; lo era en realidad con todo excepto la vanidad»-, la verdad detrás del trágico incidente de Altamont -Norman señala que fue una idea de los Grateful Dead reclutar a los Ángeles del Infierno como personal de seguridad- y, cómo no, la interminable lista de amantes y mujeres con las que Jagger ha paseado por tabloides y alfombras rojas.

Mujeres bajo la piel

«La prueba más fehaciente de que tras la máscara de Jagger se esconde una persona real son sus siete hijos con cuatro madres diferentes», resalta Norman, quien subraya la importancia que para el cantante tuvo Chrissie Shrimpton, su primera «novia» oficial, repasa sus sonadas relaciones y aún más sonoros divorcios de Jerry Hall y Bianca Jagger o relata cómo se giraron las tornas con laactrizAngelina Jolie. «Ahora era Mick el encaprichado perseguidor y Angelina la frívola superestrella, tan difícil de apresar como lo había sido siempre la mariposa del rock».

Norman también presenta a un Jagger frío, calculador y al que, como apunta el batería de la banda, Charlie Watts, «le importa un bledo lo que pasó ayer». Así, el periodista desliza que la supuesta relación que Mick mantuvo con David Bowie y su esposaAngie Barnett no fue más que una manera de «tener bajo control a su mayor rival desde Jimi Hendrix»; constata la aparente indiferencia con la que recibió los intentos de suicido de sus amantes Shrimpton y Faithfull; censura (una vez más) el modo en que la banda echó a Brian Jones del grupo que él mismo había fundado; y recorre las turbulentes relaciones en el seno de los Stones.

La marcha de Mike Taylor, «un asalariado confinado a los mismos cuarteles que Bill y Charlie, las tropas de a pie de la banda», sería un buen ejemplo. El ninguneo sistemático con el que tenía que lidiar Bill Wyman, cofundador de la banda al que se apartó bruscamente de la labores compositivas después de negarse a ceder parte de las ganancias de «In Another Land», una de sus canciones, al dúo Jagger-Richards, la prueba definitiva de que la megalomanía de Jagger no parece entender de límites. No faltan episodios de sobras conocidos como el encuentro de Jagger y Richards, la relación con Brian Jones o la desaforada y excesiva grabación de «Exile On Main Street» en la Costa Azul -o cómo la gendarmería francesa interpretó el robo de la mayoría de guitarras de la colección de Mick como el cobro de unadeuda pendiente por parte de traficantes de Marsella-, pero más que apuntalar la turbia leyenda de Jagger y compañía, Norman intenta humanizar al personaje. Presentarle más allá de todas esas máscaras que, una a una, ha ido construyéndose a lo largo de todos estos años y tratar de comprender al joven que creyó ver la cabeza decapitada de un sonriente Duque de Edimburgo durante su primer (mal) viaje de LSD en 1966 y al hombre que, años más tarde, hizo todo lo posible -esto es, intenar invalidar su propio matrimonio- para mantener su fortuna intacta y ahorrarse 50 millones tras su divorcio de Jerry Hall.

Así, entonando el estribillo de «(I Can’t Get No) Satisfaction» como burlesco mantra vital, Mick Jagger se nos presenta, indistintamente, como voraz casanova, experto en etiqueta, compositor(injustamente) eclipsado por Richards, especialista en vinos, fanático del criquet, calculador infatigable, evasor de impuestos y arrendador puntilloso. No en vano, alquila durante parte del año su casa caribeña en Mustique y revisa personalmente a los candidatos para «excluir a los cantantes de rock porque arman demasiado jaleo». Y si Jagger lo dice, será porque sabe de lo que habla.

Philip Norman, la voz del rock

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