



Puerto Plata, joya del Atlántico y orgullo del turismo dominicano, no puede darse el lujo de descuidar uno de sus espacios culturales más emblemáticos: el anfiteatro de La Puntilla, ese hermoso escenario frente al mar y a un costado de la histórica Fortaleza San Felipe, que en los últimos años ha acogido a las más populares agrupaciones del merengue y otros géneros, en conciertos que han reunido a miles de personas.
Sin embargo, lo que debería ser un símbolo de modernidad y promoción artística, hoy clama por atención. El domingo antepasado, durante una visita a la ciudad por invitación de la Asociación de Locutores de Santiago y el Sindicato de Locutores de Puerto Plata “Carlos González”, como anfitrión, pudimos constatar de primera mano el estado de deterioro que afecta la estructura de este recinto cultural.
Las bases metálicas, corroídas por el salitre; desprendimientos de madera en los ribetes del escenario; y una evidente falta de mantenimiento general, dejan en el visitante una sensación de abandono, impropia de un lugar que forma parte de los paquetes turísticos que venden las agencias de viajes, y que es observado a diario por miles de turistas nacionales y extranjeros.
¿Dónde están las autoridades locales? ¿Dónde está el Ministerio de Turismo, el Ministerio de Cultura, el ayuntamiento municipal o el patronato que deba velar por este escenario?
No basta con tener un anfiteatro bien ubicado y con buena acústica; también es necesario preservarlo, protegerlo y mantenerlo digno, como lo están haciendo en otras áreas del casco urbano, donde las calles adoquinadas lucen limpias y remozadas, el museo Gregorio Luperón y la Casa de la Cultura ofrecen experiencias culturales valiosas y bien presentadas.
Puerto Plata no puede dejar morir esta “gallina de los huevos de oro”. Es tiempo de levantar la voz, más allá de las fotos de promoción, para que las instituciones correspondientes actúen con urgencia y devuelvan al anfiteatro de La Puntilla el esplendor que merece.
Un adiós con eco en los medios y la música
La muerte siempre es una visitante inesperada. En los últimos cinco meses, ha tocado con mucha frecuencia a las puertas del arte y la comunicación dominicana, dejando tras de sí un vacío difícil de llenar. Voces que alegraron multitudes, personalidades que animaron tarimas y frecuencias radiales, plumas que escribieron con pasión sobre la cultura popular… todos han partido, pero su legado queda.
Se fueron El Cafre y Henry Almonte, dos apasionados de la salsa, que dedicaron su vida a difundir y defender un género que vibra con ritmo y corazón. También nos dejaron Rubby Pérez, Diómedes Núñez y Raffy Matías, merengueros que pusieron a bailar a generaciones, cuyas letras seguirán sonando con sabor y nostalgia.
La radio y el espectáculo también lloran a Alexis Barrera Corporán y Gabrielito Grullón, locutores y promotores artísticos que trabajaron incansablemente para dar visibilidad al talento nacional. Su compromiso con la música y la promoción de artistas fue firme y apasionado.
Y en la crónica de arte, la partida de Humberto Olivieras ha sido particularmente dolorosa. Lo conocimos décadas atrás, luego, su regreso a Santiago nos unió más, fuimos cercanos amigos y compañeros, ya que se sumó con entusiasmo y respeto a la filial de ACROARTE. Humberto fue, más que un colega, un ser humano entrañable: humilde, generoso, buen amigo y de sólida formación profesional. Su nombre quedará grabado en la memoria de quienes compartimos con él en reuniones, coberturas, premiaciones, y noches de gremios.
Que descansen en paz. Y que nosotros, los que seguimos aquí, honremos su memoria siendo fieles a ese compromiso con la cultura, la música y el buen decir.


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