

El país se vistió de luto. La tragedia ocurrida la semana pasada en la icónica discoteca Jet Set Club de Santo Domingo, no es solo un episodio trágico en la historia reciente de la República Dominicana, sino también una sacudida emocional y cultural que tardará muchos años en cicatrizar.
Doscientas veintiuna vidas apagadas de golpe, como si la noche se hubiese convertido en sombra perpetua. El techo del legendario club cayó sobre una multitud que solo quería bailar, cantar, vivir. Porque eso era el Jet Set: un templo de la alegría criolla, donde generaciones enteras celebraron amores, desahogó penas y ondearon su dominicanidad al ritmo del merengue.
Y allí estaba él: Rubby Pérez. La voz más alta del merengue. Bandera del merengue. Intérprete de los entrañables temas “Volveré”, “De color rosa”, “Perro ajeno”. Murió como vivió: cantando. Entregando su alma a un público que lo amó hasta el último aplauso. Su pérdida no es solo la de un artista, es la de una marca país.
El presidente Luis Abinader declaró seis días de duelo nacional, y con razón. Desde el mismo lugar de la tragedia, acompañado por la primera dama Raquel Arbaje y varios funcionarios, ofreció el pésame de toda una nación. Las banderas ondearon a media asta, pero el dolor se izó completo en cada rincón del país.
Entre las víctimas también se contaron figuras destacadas como el ex lanzador de Grandes Ligas Octavio Dotel y la gobernadora de Monte Cristi, Nelsy Cruz. Hombres y mujeres de distintas provincias, de todos los estratos, unidos en un mismo destino fatal. Más de 200 sobrevivientes, algunos en estado crítico, libran hoy su propia batalla entre la vida y la muerte.
Al pasar los días las preguntas inevitables son: ¿hubo negligencia, desidia, falta de mantenimiento en la estructura del establecimiento? ¿Quién responde? El país necesita respuestas, sí, pero también necesita sanar.
Esta columna, A Todo Color, quiere levantar su voz, no solo para contar lo sucedido, sino para abrazar, en palabras, a cada familia golpeada por esta catástrofe. A cada amigo que ya no podrá volver a llamar, a cada fans que ya no verá a su ídolo en escena, a cada vida que quedó marcada, a cada familia, por la perdida.
Que el Jet Set no quede en la memoria solo como escenario del horror, sino como lo que fue por décadas: un espacio donde la música nos unía, donde el merengue reinaba, donde Rubby vivió para hacer feliz a un pueblo entero.
Descansen en paz todos los que partieron. Y que donde ahora habitan, en la misericordia del Altísimo, sigan sonando las notas de un merengue eterno.
El eco eterno de Rubby Pérez
La muerte de Rubby Pérez fue más que la pérdida de un gran cantante: fue la caída de una voz que representaba toda una época, toda una forma de sentir y vivir el merengue.
Rubby no era solo un intérprete brillante, era un artista carismático, capaz de interpretar otros ritmos. Un referente de nuestro ritmo, que supo mantenerse vigente sin traicionar la esencia del merengue.
Su historia, marcada por la superación de un accidente que pudo haber truncado su destino, lo convirtió en ejemplo de resiliencia.
Rubby Pérez no murió del todo. Porque un artista no se va cuando muere, sino cuando se le olvida. Y este país no lo va a olvidar. No puede. Porque su voz, como el merengue mismo, es parte de lo que somos.
Y quizás, en medio de tanto dolor, esa sea nuestra tarea urgente: transformar la ausencia en homenaje, el luto en memoria activa, y el legado en inspiración permanente.


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