Una visita breve al área de psiquiatría del hospital, concuerda con la observación de poblaciones de enfermos mentales residentes, y visitantes, algunos en etapas perturbadas de consciencia social; otros, huéspedes de la enajenación, propietarios y prestamistas de frenéticas insurrecciones mentales; a niveles leves y enraizados.
Retratos con miserias, circundantes amenazantes; limitantes de la razón humana, y de las normas sociales convencionales, y establecidas; apenas visos de flaquezas del sistema hospitalario imperante con respecto a la salud mental, la indiferencia oficial es un desafío a la ciencia, al interés del hombre por el hombre; a la sangre, a la célula. Una intimidación para la razón, y quizás para el intelecto y la inteligencia.
En el área interna, residentes permanentes de demonios, y de ángeles alternos, entidades que pretenden sombrear sus territorios mentales, librando luchas desconocidas por ellos, reduciéndoles, a esferas habitadas por sombras borrascosas que se mueven al impulso de sus propias energías.
Criaturas humanas con vidas aturdidas, perdidas, almacenados; contenidos desorganizados en espacios mentales escabrosos, fluidos laberintos, segregados casilleros mentales hartos de paranoia. Quizás naturalezas, talvez dimensiones existentes, submundos borrados, ignorados, negados.
En la Sala de Espera, almas nerviosas, afligidas, algunas hasta la desesperanza, exploradores de ilusiones fuera de su circuito. Turistas psiquiátricos, con estados de trastornos, esquizoide, esquizofrenia, trastorno bipolar, oligofrenia; depresivos; sufridos regulados; desajustados de los nervios, desequilibrados. Emocionales, otros, desprogramados, presos de sustancias, viciados a ultranza. Descodificados.
Perdidos en la incógnita, desterrada e ilimitada región situada a centímetros de ambos lados de la frente. Y otros, en un espacio abstracto que abarca mucho más que la línea interna y exterior de la realidad intrínseca física, individual, o colectiva. Afectados del intelecto y/ o, de la emoción.
Mientras la tierra, y el sistema subsisten infalibles, los sistematizados se estremecen ante su presencia, los normados se enfrentan a los riesgos para el equilibrio de la conciencia.
A los trastornados, los desconoce el mal, y el bien. Imposibles de culpar, condenar, juzgar; simplemente, defectuosos; reducibles, y posibles de condenar a intervenciones, sometimientos, y cautiverios. Por empezar el listado de arbitrajes practicables con ellos. Y tras la frustración de intervenciones exitosas; con la locura en la sociedad reina la inquietud permanente de poder hacer algo más favorable para todos, que devuelva la fe en el sistema, y que contribuya a la causa del reino.
Un desarrollo cognitivo extraviado, despliega un desequilibrio general, aparecen raros con demoledores actos. Y la lucha infernal en pos de la gloria, en ambos bandos; de atraerse a cada mundo, y no darse por vencidos.
A los ojos, están los desinhibidos, que actúan raros, sin medir las cuentas, median absurdos e inútiles; mantienen el control de su lado; constituyen una amenaza con su indiferencia entre lo real e irreal; provocan en los “cuerdos” seguimiento a su falta de percepción; oscilan entre el capricho y el desastre. Los prudentes, con ellos se debaten entre el aburrimiento y la agonía que representan, rastreando momentos de lucidez.
Un Padre Nuestro a los cielos, que nos libre del mal que acecha; de la confusión; de las alucinaciones, de los furiosos; y también de los maniacos depresivos, y apáticos. Querría decir que de la locura; pero talvez sea mucho pedir; o quizás como contraportada de la pasmada cordura, la extrañaría.
La razón cree que existe la demencia, esta no cree nada. La inteligencia emocional se impone y establece protección y seguimiento para estos afectados miembros de la especie, a quienes hay que proteger, como portadores del genoma humano, para asegurar la continuación mejorada de la especie.
Un reto y curiosidad intrascendente: saber si ellos visitan los demonios, al contrario, o viceversa. El hombre es un ser superior, un ser pensante.
¡Vaya paradoja, y compromiso! De la ciencia y de la sociedad. Se impone procurar el eslabón perdido. La unicidad con lo superior apunta hacia la perfección.