Los ataques aumentan en brutalidad. Y las tragedias ya no respetan lugar, se suscitan en todas partes. Debe avergonzarnos que seamos objeto de análisis de la comunidad internacional por la cantidad de mujeres que enterramos anualmente.
Mientras Ministerio Público y la DNCD discuten por la administración del multimillonario botín de los bienes productos del narcotráfico, ser mujer sigue siendo una condena de muerte, un ser vulnerable al abuso, una persona de quinta categoría que se puede agredir de día, de noche, de madrugada, en casa o al salir de ésta, en la ruta del ocio, en la iglesia, en la calle, donde quiera. No hay freno, ella es mía o de nadie. La matan -nos matan- hasta delante de sus hijos, en casa de sus padres. El verdugo que no es loco, ni enfermo- la persigue, la acosa, la acecha, la viola, la asesina. ¡Ya basta!
Los últimos hechos penosamente registrados en el conmemorativo mes de marzo, confirman esta ruta de dolor que suma nuevas víctimas.
En Baní, señala el Ministerio Público, Luckyris Rodríguez, joven y mujer, fue golpeada salvajemente, por Keith A. Coiscou Ramírez. Keith, un musculoso amigo de las pesas, en vez de golpear la pared, le rompió el tabique, las costillas y dientes a Luckyris, a quien ñcomo ñapa- le abolló un ojo y para marcar territorio le cortó la cara. Por cierto, el agresor corre con la misma prisa con que apalea, pues hasta hoy un es prófugo de la Justicia.
En San Francisco de Macorís, la violencia machista encierra en ataúd a una mujer de 26 años, madre de tres hijos que según la vecindad, fueron protegidos por mamá, para que su padre, hoy homicida, no les salpicara con la pólvora de la muerte. Qué angustia vivió Juana Nolasco frente al teniente de la Fuerza Aérea Isidro Núñez, quien terminó deshaciendo su vida, sus sueños y afectos de tres plomazos. Cuántas deudas de derechos y verdadera protección les debemos a las mujeres. ¿Cuándo cesará el rastro de muerte que a fuerza de costumbre, inmuta a poca gente? Marzo avanza en rojo. Como nación es preciso asumir el real compromiso de no tener que contar una muerta más.