El equipo local derrota a una tímida Colombia (2-1) derrochando mucha fuerza y exhibiendo un escaso fútbol
MADRID, España.- Siempre pasa igual. Sucede lo contrario de lo que se espera. Este Brasil-Colombia se venía como el partido del torneo: la coriácea, dura y osada Brasil (sin fútbol pero agresiva) contra la belleza y atrevimiento de Colombia (la niña bonita del Mundial). Al final, el primer tanteo quedó todo en color amarillo. Brasil se echó encima de Colombia y la avasalló con físico, ganas y el desparpajo que nunca tuvieron los cafeteros. [Así narramos el partido de Brasil contra Colombia]
Fue sencillo. Colombia vio el escenario lleno, repleto de color adverso, el rival atrevido y con dientes prietos, y se amedrentó, incapaz de jugar, de tocar, de hacer lo que sabía. Para colmo, Velasco Carballo miró al cielo ante la dureza brasileña, como correspondía a un arbitraje FIFA. James intentaba recibir y al instante le pegaban, golpeaban y derribaban. Nunca pasaba nada.
Eso no quita que Colombia tuviera escasos recursos una vez frenado James. Brasil fue más, en todo. En rapidez, en ir a por todas y en buscar al contrario con el cuchillo entre los dientes. Scolari, harto de los devaneos frívolos e inconsistentes de Alves, le dejó en el banquillo y metió a Maicon, más maduro, más sólido y, sobre todo, más serio. Se juntó pues Brasil con fortaleza y convicción en una presión que desarmó a Colombia, que apenas pasó del medio campo, superada por ese hambre brasileña que ella, superada por las circunstancias, nunca tuvo.
Fatal error
Ayudó el tempranero gol de Thiago Silva en un error fatal de toda la zaga de Colombia que remató el central brasileño casi sin querer, con un rebote en la rodilla. Fue de suerte, pero merecida por Brasil, que fue más.
Entre ese tímido no fútbol de Colombia y el arrojo de Brasil transcurrió la primera parte repleta de colectivo y ausente de individualidades,oscurecido James a fuerza de patadas y empujones, y opaco Neymar porque sí, sin marcajes duros ni nada parecido, convaleciente de su lesión de rodilla.
Teniendo en cuenta la sosería de la primera parte, con poco fútbol y mucho físico, era evidente que la segunda, aunque solo fuera por necesidad, iba a ser mejor. Lo fue. Brasil bajó un poco el pistón pulmonar y entonces Colombia, buen equipo aunque blandito, pudo respirar y tocar más. Ahí, Brasil empezó a pasarlo mal y peor a medida que se quedaba sin aire. En ese instante comenzó otra partido. Presionó Colombia y marcó, pero Velasco Carballo, esta vez acertadamente, anuló el tanto cafetero. Justo en la jugada siguiente, una falta de David Luiz se la comió Ospina profundamente, sin ocasión de redención porque el central brasileño la pegó con el interior, con poca fuerza aunque con cierta colocación. El cuñado de James se tiró tarde y mal. 2-0 y casi fin de la historia.
Pero Brasil estaba muerta. Sin piernas para nada que no fuera defenderse. Ahí, en ese momento clave, entró Carballo para pitar un penalti clarísimo, pero dejando en el campo a Julio César cuando la roja era evidente. Simplemente no se atrevió y con el error se le fue la final y su credibilidad. Marcó James, pero en el 2-1 y en el estirón final de Colombia Brasil resistió con once y no con los diez que merecía.
Brasil había hecho 30 faltas, en la media que lleva casi todo el campeonato, pero seguía incólume con todas sus huestes. Por eso aguantó el equipo de casa, por eso y porque Colombia no tuvo las luces suficientes para desliar el ovillo brasileño. Semifinalista sin luces.